Historia de vida. La historia de M




M nació en la ciudad de Cali el 1 de julio de 1961. Toda su infancia la vivió en el barrio Popular. Es la cuarta de ocho hermanos. Dos hombres y seis mujeres. Su padre era albañil y su madre se dedicaba al reciclaje. Mientras las mujeres iban a la escuela, los dos hijos hombres empezaron  a conocer el mundo de la construcción, acompañando a su padre en el oficio.

 De todos sus hermanos, M se llevaba mejor con su hermana Rosa, cinco años mayor que ella, la segunda de los ocho hermanos. Cuando estaba cursando 5° de primaria, dejó de estudiar.

“Le cogí pereza al estudio y prefería quedarme en la casa o andar con mi hermana Rosa por la parte trasera del barrio o caminar por la zona de las fábricas. La fábrica de “Fruco” quedaba por esos lados. Rosa y yo nos íbamos a mirar en las basuras y ahí encontrábamos hasta tarros de salsa de tomate, de mayonesa, en buen estado, sólo que los desechaban porque se quebraban las botellas. Lo mismo pasaba con “Rico Ronda” botaban casi que jamones enteros y me iba con Rosa a buscar todo eso. Mis hermanas más pequeñas se quedaban en la casa. Cuando Zoraida creció, nos íbamos las dos a buscar.” 

Su hermana Fabiola,  al ser siete años mayor que ella, se dedicaba al hogar y cuando cumplió quince años empezó a trabajar en una casa de familia. Fabiola le consigue un empleo en la casa de una mujer mayor. M, con 11 años, tenía que lavar ropa

“La señora vestía todo de blanco y quería que su ropa siempre estuviera limpia. Tenía prohibido el uso de límpido para lavar su ropa. Pero resulta que esa señora le daba por vestirse de blanco cuando estaba lloviendo y el suelo embarrado. Yo me llevaba una botella de límpido a escondidas. Un día hice algo mal y la señora me dijo que yo era muy rebelde y que debería seguir el ejemplo de Fabiola que siempre hacía caso en todo. Fue el último día que fui a esa casa y me dije que nunca volvería a trabajar haciendo oficio”.

Al conocer el oficio del reciclaje y vivir en la cercanía de la zona industrial, M y su hermana Rosa realizaban pequeños trabajos: barrer entradas de locales, hacer mandados, etc. El primer trabajo de M lo consiguió cuando tenía 12 años, poco después de dejar la escuela, en una carnicería

“Me tocaba limpiar las patas de las vacas. Me levantaba a las cinco de la mañana y me iba a la carnicería. Me daban las patas y me encargaba de lavarlas con agua hirviendo y limpiarlas muy bien. Me pagaban 10 pesos por lo que hacía. Podía limpiar hasta 10 patas diarias. Metía todo el dinero en un chanchito de barro.”

En 1978, M con 16 años conoce a Christian, de 23 años  en un bailadero. “Rosa no me quería llevar ese día al bailadero, pero de tanto insistirle me llevó. Christian quería bailar con Rosa pero ella no le prestó atención. Así que me sacó a bailar a mí

Él viajaba por el país para aprovechar las ferias artesanales donde vendía carteras y billeteras elaboradas con cuero. M empezó a viajar con Christian por el país vendiendo sus artesanías. Ese fue su primer contacto con la venta de productos ambulantes. Cuando tenía 17 años, M se va de su casa a vivir con su novio
Después de cuatro años de noviazgo, en enero de 1981  da a luz a su primer hijo. Los tres se van a vivir al barrio Cristóbal Colón. Mientras su novio se iba a trabajar en la oficina de la prestadora de servicio de salud, Caprecom, ella se quedaba en casa con su hijo: “A tres cuadras de la casa vivía un primo por parte de papá, él estaba casado con Miriam. Fue ella quien me enseñó todo lo relacionado con la maternidad. Pasaba todo el día en esa casa porque no me gustaba quedarme sola en la casa.”

En 1983, se separa de Christian y regresa a la casa de sus padres, la casa de su infancia:          “Cuando me fui no pensé que iba a regresar. Tampoco mi familia. Ellos querían mucho a Christian. Mi mamá me dijo que regresara con él, que no dejara al niño sin papá. Christian era muy carismático, muy buenmozo. Se parecía al actor que hace de “Rambo”. Pero él me mató el amor y yo sólo vivía por mi hijo. No quería saber nada de ningún diablo”. Ante su situación de madre soltera, M decide trabajar por cuenta propia para poder ganar dinero y suplir las necesidades de su hijo.

“Al principio no trabajaba, pero mantenía en el centro, en la plaza Caicedo. No me gustaba quedarme en la casa sin aportar. Un día empeñé la licuadora y con el dinero me compré un plante de materiales para hacer billeteras. Me fue bien y ahí empecé a ganar mi propio dinero. Podía aportar a la casa y comprarme mis cosas. Sin depender de nadie”

En el año 1984, M tenía 23 años y su hijo 3 años, empezó un negocio de camisas en la ciudad de Buenaventura. Las ventas eran muy buenas y M empezó un proyecto de adecuar la casa de sus padres que era en parte una construcción elaborada con bareque. Su padre, al poseer conocimientos de la construcción, elaboró el diseño. “Don Luís me decía que necesitaba tal cosa y la otra y yo le compraba todo lo que necesitaba. Estaba contento por la adecuación de la casa. Estábamos subiendo de estrato.”

M estaba pasando por un buen momento económico. Su hijo vivió en medio de todos los lujos que ella no tuvo en su infancia. “Siempre vestí bien a mi hijo. No le hizo falta nada. Nunca se fue con una sudadera rota. Zapatos de diario, de educación física. En el almacén La 14 vendían unos jeans bien bonitos. Con esos vestía mi hijo. Yo me mandaba a hacer mis vestidos en una modistería que quedaba en el centro. No nos hizo falta nada. Ni la presencia del papá.”

Cuando el niño iba a entrar a sexto de bachillerato, decidió cambiarlo de colegio. El niño ingresó al Colegio Americano: “De entrada me querían desanimar. Me decían que ese colegio era muy caro, que como iba a hacer. Pero no me importaba. Yo quería darle todo a mi hijo”. Sin embargo, para el niño no todo fue felicidad:
“Me mandaban a llamar por todo. Que porque se rió, porque miró mal, miró bien. Las notas de él estaban bajando. Yo me estaba desesperando. Yo mantenía en Buenaventura con el negocio de las camisas, quien iba a las reuniones era mi hermana  menor Grey. Le mantenían preguntando por mí, ella sólo decía que yo mantenía trabajando. En una ocasión, él hizo su pilatuna mayor: tocó la campana de emergencia. Cuando esa campana sonaba se suponía que había una emergencia, así que todo el plantel educativo se dirigía al patio. Yo no sé si tuvo cómplices, el caso fue que lo pillaron a él. Grey fue a esa citación.
Hasta que al finalizar el año me citó el coordinador académico. Ya Grey no podía ir a esa reunión, tenía que ser la mamá. Me  dijeron que él  iba a perder el año. A él le afectó, pero yo me sentí mal. Creía que había fallado. Ahí conocí al coordinador. Él me empezó cantar la cartilla de docente a madre de familia “su hijo es muy inteligente. Él acaba rápido sus trabajos y por eso molesta a los otros chicos. Por eso había que mantenerlo ocupado con actividades extracurriculares, bla, bla.” Me dijo que podía realizar actividades de superación para poder recuperar las materias.”

El niño no aprueba la superación de matemáticas, así que reprueba el grado sexto. M tenía entendido que al perder un año, el estudiante perdía automáticamente el cupo. “Ya había retirado los papeles. Me fui a despedir del coordinador. Yo le agradecí por todo, pero que iba a retirar al niño. Él me dijo que no era necesario. El niño podía continuar en el colegio. Así que a los días empecé el proceso de matrícula.” Ese día, ella se despidió del coordinador. “Él me preguntó que para donde iba, yo le dije que para el centro y me dijo “yo también”. Así que nos fuimos al centro. Donde ahora es el “Templo de la moda”, antes era un restaurante. Comimos pescado. Hablamos de varias cosas, me cayó muy bien. El caso es que nos fuimos juntos en el mismo bus. Él iba para Salomia y yo para el Popular. Ya habíamos intercambiado números”.

Pasó un mes sin que ella supiera del coordinador. Así que decidió ir en compañía de una amiga a la casa de él, en el barrio Salomia.  Él salió y dijo que había estado muy enfermo. Pero que apenas se recuperara la llamaría. Después de la enfermedad del coordinador, M lo invitó a su casa y lo presentó a su familia. “Yo lo fui a buscar a su casa por amistad y también lo invité a mi casa por amistad. Mi hermana Fabiola ya lo conocía porque iban a la misma iglesia. Grey lo conocía porque era la que iba a las reuniones. A mi familia le pareció buena persona. Pero siempre sentí que querían más a Plantalla[1]. Me atrevo a decir que si los dos se mueren al mismo tiempo, van al entierro de Plantalla.” En medio de visitas, ella y el coordinador se hicieron novios. Para noviembre de 1991 se casaron. En agosto de 1992 nace su primera hija, la segunda de M.

Para el año de 1992, el esposo de M es ascendido a rector del Colegio Americano. Ella casi no iba a trabajar para dedicarse al hogar y al cuidado de su hija. Si bien, M y su hijo vivían bien gracias al salario de su esposo. El hijo de M necesitaba ropa, útiles escolares, etc. el  esposo de M no daba dinero para esas necesidades. En una ocasión tuvieron una discusión en un supermercado:  

“Estábamos mercando. Él empacó un yogurt y yo le pregunté “¿y eso?” y él respondió “un yogurt para la niña.” Yo le dije, un momento yo tengo dos hijos, así que empacás dos yogures. Esa fue una, la otra fue cuando mi hijo metió en el carrito de mercado una botella de coca-cola y él se la sacó, miró a mi hijo y le dijo “En mi casa no se tomará veneno”. Me tocó pararlo y decirle que mi hijo siempre había tomado coca-cola y nadie le iba a quitar ese gusto. Nunca me volvió  a contradecir”  

Sin embargo, M era económicamente dependiente de su esposo. Y ante la necesidad de dinero para su hijo, tuvo que hablar con el papá de su hijo: “´Plantalla empezó a dar dinero. Pero después se hizo el loco y ahí comenzó otro tropel. Me tocó denunciarlo y ahí respondió cumplidamente.” Al hacerse consciente de su situación económica, M decide regresar a la calle, como vendedora informal.

“En esa época la venta de camisas empezó a bajar. Al final dejé el negocio. Regresé a la calle y en temporada, me iba a Ladrilleros (Buenaventura) y trabajaba con ropa de playa. Sigo con ese negocio. Voy tres veces al año. Al volver a trabajar pude darle a mi hijo lo que necesitaba y manejaba mi propio dinero.”

La maternidad debía ser dividida con su trabajo informal. El 3 de noviembre de  1996, cuando su hijo mayor tenía 16 años y su hija cuatro, nace su tercer hijo. M deja de trabajar un tiempo. Y cuando el niño tenía 4 meses volvió a trabajar en la calle.  Durante los primeros años de matrimonio, ella y esposo vivieron entre lujos que el salario como director del colegio permitía. Sin embargo, nadie del círculo social de él se enteró que ella trabajaba como vendedora informal.

“A ellos sólo se les decía que yo trabajaba por temporadas en Ladrilleros. Nunca se enteraron de mi negocio semanal. Igual durante esa época sólo trabajaba hasta el medio día. Después me iba a preparar el almuerzo y a recibir a la niña del colegio. Sólo hubo una profesora, amiga de mi esposo y profesora de mi hijo que era se convirtió en mi amiga. Con el resto de esa gente no sentí química. Sobre todo porque cuando él anunció en la iglesia que se iba a casar, le preguntaron por la afortunada. Cuando dijo que era yo, una mujer católica, con un hijo, que trabajaba de forma independiente, le preguntaron que si acaso no había en la iglesia una mujer digna para él. Sigo pensando en eso. Nunca me gustó esa iglesia. Mis hijos iban. Pero yo no. Creo que eso afectaba la imagen de él. Nunca me lo dijo, pero así lo sentí.”

En junio de 1997 se gradúa de bachiller su hijo mayor. En agosto, con 17 años de edad, ingresa  a la Universidad del Valle a estudiar Arquitectura. “Estaba feliz. Era el primero de mi familia en ingresar a la universidad y no cualquier universidad, sino la Universidad del Valle. Como era el primer sobrino hombre de la familia, mi hermana Zoraida que ya vivía en Estados Unidos, le pagó la universidad.” Así, pasaron seis años más. En el año 2001, su hijo es admitido en la Universidad Nacional en Bogotá y se va a terminar  la carrera de arquitectura. Pero no todo fue alegría, para ese mismo año, en el mes de julio su esposo deja de trabajar como rector.

“Su última gestión consistió en la organización de la planta, ya los profesores nuevos estaban asignados, los antiguos también, la planta administrativa quedó tal cual que cuando él entró. Y ahí fue cuando le dijeron que él no iba a continuar siendo rector. Lo indemnizaron, sí. Pero eso fue una patada en el culo. A alguien que llamaba desde sus vacaciones a preguntar cómo estaban las cosas en el colegio, que no faltó ni un domingo a la iglesia, que rechazaba salidas a Pance, todo por estar pegado a ese colegio. Salió con la cola dentro del rabo.”

Con los ahorros de su esposo pudieron solventar los gastos de ese año. Sin embargo, cuando se empezaron a acabar, M tuvo que mantenerse en la calle.

“Pasé de trabajar medio día a trabajar incluso los domingos. En una ocasión no había nada en la nevera. Me sentí desesperada porque a él no le salía trabajo y yo me sentía mamada, quería mandar todo a la porra. Recuerdo que un domingo me fui al centro, en esa época dejaban trabajar en los andenes de la fiscalía, antes de la bomba. Tendí los animalitos de plástico, los caballitos y empecé a vender. Antes de irme, arrimé al súper mercado que quedaba al frente de la fiscalía, “Máximo” y merqué, salí con tres bolsas de comida. Gracias a mi padre celestial.

A pesar de la situación económica, sus dos hijos pequeños, su hija de 11 años y su hijo de 5 años no conocían la situación del hogar. Su hijo mayor, ya con 21 años logró mantenerse en Bogotá gracias a su hermana Zoraida, quien se había casado con un gringo y vivía en Estados Unidos. Ambos apreciaban al joven y lo apoyaron con la universidad y el alojamiento en Bogotá. Gracias a una beca, sus hijos pequeños logran mantenerse en el Colegio Americano. Tras un año y medio de estar desempleado, su esposo es llamado por el Colegio Americano para que sea asesor pedagógico, M no estaba muy convencida. “A él ya le estaba afectando no producir dinero. Los ahorros se estaban acabando. Tenía que trabajar. A mí me parecía humillante regresar a ese colegio, pero él tenía un sentido de pertenencia, su mamá, su hermana, sus hijos y él hicieron y hacían parte de ese colegio. Así que regresó.” El salario no era el mismo. Era poco más de la mitad del salario que recibía como rector, pero era suficiente para pagar el arriendo, la alimentación y el transporte. Atrás habían quedado las vacaciones, salidas a comer, los regalos de navidad y cumpleaños. Todo el dinero que entraba era para cubrir lo necesario.

“Todo lo que vendía lo invertía. Era un círculo. No había para ahorrar y mis hijos inocentes. Hasta que un día,  en una reunión de padres de familia, el profesor director  de curso, nos dijo que para fin de año quería hacerles un detalle. Así que debíamos dar una cuota, eso sí voluntaria. Con el dinero les compraron una cartuchera de marca y una camiseta también de marca. De comida pizza. Cuando repartieron los regalos, mi hija, que estaba en grado sexto, solo recibió la camiseta, mientras que sus compañeros habían recibido la cartuchera y la camiseta. Ella le preguntó al profesor por su cartuchera y él le dijo “su papá sólo dio para la camiseta”. Cuando ella me contó me sentí mal, sobre todo porque  todos los compañeros tenían la cartuchera y le preguntaron por la cartuchera. Ella se puso triste y creo que ahí se dio cuenta que las cosas no eran igual en la casa. Pero creo que cuando mi esposo adelgazó demasiado y se puso bien flaco. Ella ya se había dado cuenta, pero nunca me dijo nada” 

En el hogar vivieron solventando los gastos básicos. Sus hijos fueron creciendo y se enteraron del trabajo de su madre. “Cuando eran pequeños, me los llevaba al centro y eran felices en el puesto. Ese quedaba en donde era el Banco Bogotá de la calle 13 entre la carrera 4ta y 5ta. Cuando fueron creciendo, se dieron cuenta que yo era vendedora ambulante. El vendedor ambulante es visto como el vulgar, la rata con sus precios, el ilegal por estar invadiendo el espacio público. Eso raro, porque yo en la calle y mi hijo mayor en la Universidad Nacional y los otros dos estudiando en Colegio Americano. A mí decían que para que trabajaba, que me quedara en la casa, que mi marido me mantenía. Comentarios que estaban llenos de envidia. Pero yo seguí fiel a mi calle, porque a ella le vivo muy agradecida.”

En agosto de 2007, las directivas deciden asignar al esposo de M al Colegio Renacer, una de las sedes del Colegio Americano, ubicada en el barrio Marroquín. En diciembre del año 2008, cuatro meses de haber comenzado el año lectivo 2008-2009, su esposo es despedido. “Otra vez. Otra patada en el culo. Pero estaba vez no tenía perdón de Dios. Recuerdo que ese día mi hija que tenía 16 años y estaba en grado 11, le había pedido permiso para salir con un muchacho, mi esposo le dijo que no. Ella le insistió y él le gritó que no. Ella se fue a su pieza y yo me fui a hablar con ella. En eso entró mi esposo y me dijo que lo habían despedido del colegio.”

El despido de su esposo se juntó con la adecuación de la calle 13, en el centro, para que MIO pasara por ahí. Las calles rotas, afectaron las ventas. “Esta vez sí me sentí desesperada. Pero más porque ya mi hija sabía la verdad. Ella me preguntó “¿qué vamos a hacer?” y yo sólo pude responder “Dios proveerá”. Me tocó trabajar por el restaurante “Punto Sabroso”. Ahí empecé con el negocio de los muñequitos negros. Eran llamativos porque siempre hemos visto que los muñecos son blancos, monos, con pelo mono.” El negocio con esos muñecos iba muy bien. M arreglaba los muñecos poniéndole pelo artificial y vestidos, lo que las hacía más llamativas. Un día una amiga que trabajaba vendiendo cordones le dijo que le dejara unas negritas “Porque siempre que  me iba, venían a preguntarme. Yo se las dejé. A los días doña Mariela empezó a comportarse extraña, ya no saludaba y sí lo hacía era de mala gana. Hasta que un día llevó a vender negritas con pelito. Claro, me había pedido mis muñecas para copiarme la técnica del pelito y al final salí a deberle. Me fui de ese lugar. Regresé a calle 13 con 4ta.”

Al cambio de lugar de trabajo, se sumaba que su esposo seguía sin trabajo. En junio de 2009, se gradúa su hija de bachiller. En agosto de ese mismo año, la dueña de la cafetería del colegio le hace una propuesta al esposo de M: trabajar en la cafetería. “En vez de quedarse en la casa. Él ya estaba desesperado y yo estaba más desesperada porque él sabe de sus libros y enseñanza, pero no sabe nada de la vida. Otra persona berraca  hubiera salido a rebuscársela, sobre todo porque detrás venía el arriendo y los servicios.” Su esposo empieza trabajando en la cafetería y recibe el salario mínimo “El mínimo de doña Olga. Así le puso mi hija a ese salario. Ella no se creía que su papá pasara de rector a empleado de la cafetería mi hijo menor se reía, pero la cosa estaba seria. Pero le tocó tragarse su incredulidad. Sobre todo porque ya teníamos EPS y mi esposo un trabajo después de un año desempleado.”

Así, el esposo de M trabajó en la cafetería hasta que un día una profesora amiga de él lo llamó a la casa y le informó que para ese año, 2009, se abría el concurso docente para  trabajar como profesor del municipio. “Esa era la última oportunidad. Por la edad nada que lo contrataban en otro lado. Ni siquiera en esos colegios de garaje. Yo le pagué el pin. Con el mínimo de doña Olga se pagaban los servicios y los transportes de él. Tres meses de arriendo los pagamos con un dinero que envió el esposo de mi hermana en Estados Unidos.” Después de esos tres meses, el esposo de su hermana no envió más dinero. M y su familia se alcanzaron con el arriendo. El dueño de la casa hizo efectivo el embargo a la fiadora. Quien había sido la única amiga de M, profesora del colegio que sabía lo que ella realmente hacía para ganarse la vida, no quería saber nada de ella ni de su esposo.

“Como mis esposo no pagaba lo del arriendo, el dueño de la casa embargó a la fiadora. Ese señor la llamaba todos los días a la casa, incluso, según me dijo ella, le cerraron el crédito en el banco. Ella nos decía “M, ese señor me tiene cansada. Ustedes porque no se van de esa maldita casa”. Pero a dónde nos íbamos a ir. No había donde. Sin trabajo, no se podía aspirar a un cambio de casa. Lo que ganaba en el centro era para la comida. Mi hija ni siquiera podía conseguir trabajo, apenas había cumplido 17 años. Nadie la recibía por ser menor de edad.”

Su hijo menor logra continuar estudiando en el Colegio Americano. Con 12 años empezó el grado séptimo. M y su esposo procuraron mantenerlo alejado de la situación económica. “Yo creo que él sí sabía porque se reía del chiste “el mínimo de doña Olga, pero nunca mostró cierto interés. Se veía contento y eso me bastaba. Además le iba bien en colegio”. La calle 13 vuelve a estar habilitada y M retoma su puesto entre la carrera 3ra y 4ta. “El único problema era el Lobo. Estaba la incertidumbre y había que estar pilas. Sólo una vez el camión se llevó la mercancía. Uno en medio de la ignorancia cree que está haciendo mal y no hace reclamos. Mucho tiempo después me di cuenta que los de espacio público[2] tienen que darle a uno un inventario por lo que se llevaron.”

Llega el día del examen del concurso docente. Su esposo madruga y se dirige hacia la Universidad Libre.

“Eso fue como en noviembre. Un domingo. Lo único que yo pensaba era que no se fuera afectar por la situación del arriendo, porque mi esposo lo único que hacía era decirle al señor que le iba a pagar y el señor ya con ganas de pegarle le decía “¡¿Cuándo?! Era desesperante. Yo también me estaba desesperando porque la plata no alcanzaba y había días en que no vendía nada. Fue ahí cuando cambié de negocio, ya no era solamente las negritas, también le metí cacharro (cortaúñas, peines, rejillas para el lavaplatos, trancas para la puerta, veneno para ratas, etc.)”

En febrero de 2010, salen los resultados del examen. Su esposo ocupó el primer lugar. Pasaba a la segunda etapa del concurso. Pasa la entrevista y queda en lista de espera para ser nombrado en una institución educativa de Cali. “En mayo le dicen que por haber quedado en el primer lugar podía escoger la institución. Había dos opciones: un colegio en Marroquín y otro en Terrón colorado. Escogió la institución de Terrón colorado.
“Después de firmar el acta de posesión, como a la semana comenzó a trabajar. Había cambiado de semblante. Estaba contento.  Creo que se sintió útil. Recuerdo una vez, cuando estaba sin trabajo, que yo llegué a la casa temprano. Él me había dicho que se iba ir a vender libros a las librerías del centro. El caso es que cuando llegué, él no se dio cuenta, lo vi arrodillado orando. Se me partió el corazón. En los 18 años que llevábamos de casados nunca lo había visto vulnerable. Ahí me di cuenta que debía dejar mi agresividad con él, dejar eso de recriminarle por no buscar trabajo. Ahí sí, en las buenas y en las malas, como dicen en el casorio.

Gracias a la maestría de su esposo, el salario que recibe como docente del municipio es similar al que recibía cuando era rector en el Colegio Americano. Empezaron a pagar las deudas atrasadas y en el mes de noviembre de 2010, gracias a la cooperativa de empleados del municipio, le aprueban un crédito con el que paga 10 meses de arriendo atrasado ($3.500.000). En el mes de diciembre se cambian de casa. Empieza la temporada navideña y M empieza a trabajar.        “Diciembre es muy bueno. Las negritas se venden muy bien. Aparte ya no estaba ese estrés del desempleo de mi esposo. Me sentí bien. Y esas ventas no paraban.”

En el año 2011, M decide terminar sus estudios. La empresa de apuestas Gane abrió un programa de educación para jóvenes y adultos. M empieza el ciclo III (6° Y 7°) de secundaria. “Me tocaba los sábados todo el día. No le dije  a nadie. Ni a mi hija a quien le contaba casi todo. Pero cuando estaba en once (año 2013) me tocó decirle. Me habían dejado un trabajo de literatura y yo no quería hacerlo. Como ella estaba estudiando Licenciatura en Literatura, le pedí que me ayudara. Ella estaba contenta con que yo terminara de estudiar. Pero le dije que no hiciera bulla. Que el papá no sabía. Nadie sabía.” En mayo de 2014, M se gradúa de bachiller. “Fue una ceremonia bonita en el hotel Dan Carlton. Mi hija no pudo ir porque tenía clase. Así que fui sola a la ceremonia.”

M sigue trabajando en la calle 13 entre carrera 3ra y 4ta. Continúa con el negocio de las negritas. Pero ahora le ha añadido el veneno para combatir insectos. “Al principio lo compraba. Luego un amigo me dijo como hacerlo y ahora lo hago. Eso es lo que me ha dado la mano desde el 2015”.  Ahora con 55 años, M piensa en dejar de trabajar en la calle. “Estoy cansada. Quiero mandar eso a la porra. En mis manos veo los años de esfuerzo, las manchas del sol. Lo único que he conseguido es la educación para mis hijos. Y eso que para algunos de los gastos de ellos, porque como mi hija y mi hijo menor quedaron en la del Valle[3], el semestre es muy barato, en comparación con esas privadas que cuestan un ojo de la cara. Mi esposo es el que les paga el semestre.” En el año 2016, las ganas de dejar de trabajar en la calle se acrecentaron con un problema con una vendedora de dulces.

“En la 13 con 4ta hemos trabajado en armonía. Todos nos conocemos y sabemos que puesto nos toca. Como en el 2014 llegó la señora Adiela con su puesto de dulces y minutos. Yo tenía una amiga que había conocido en la calle 13 como en el 2003. Ella vendía minutos y pegamos muy bien. Un día ella dejó de ir. Le perdí el rastro. Un día ella regresa y me dice que está trabajando en el centro comercial La Fortuna vendiendo sin cards con planes de minutos. Me dijo que las ventas estaban muy malas. Así que le dije que volviera a la calle, a su esquina de antes.  Ella volvió y ahí empezó el problema con esa señora Adiela. Que señora tan envidiosa. Empezó a insultar a mi amiga y ella callada, no decía nada. Como mi amiga no respondía, empezó a pegar su puesto de dulces al carrito de dulces de mi amiga. No decía nada mi amiga. Un día mi amiga no estaba, y ese día el Lobo había pasado y nos hizo recoger a todos. Yo estaba organizando mis cosas para irme, cuando esa señora me corrió mi silla y me empujó. Yo me quedé callada y organicé mi silla donde estaba, la señora me volvió a correr mi silla y ahí estallé. “Que no me toqués lo mio” le dije y le pegué en la cabeza con unos “cartelitos” de publicidad “Ya, ya. Me tenés mamada.” Esa señora se armó con una sombrilla y me tiró a la cabeza, pero yo me defendía con el cartelito. En eso llegó la policía. Menos mal no me pegó, porque sino...”

La señora Adiela puso una queja en la estación de policía y a M le llegó una citación “Ese papel decía “riña y agresión”. El día de la citación M, en compañía de su amiga, llegan  a la estación de policía de Fray Damián. Tanto la señora Adiela como M, expusieron su versión de los hechos. “Esa señora no sabía hablar. Ella pensó que yo me iba a poner de grosera, a insultar y demás. Yo me compré un frasquito de valeriana. Iba a tranquila. La que sí estaba alterada era Adiela. Al final, me da risa recordar, el policía nos mira y dice “esto parece una pelea de jardín infantil ´profesora, me sacó la lengua; profesora, me miró´”. Ese conflicto fue barato. Lo peor es que ni siquiera fue conmigo. Esa señora estaba ardida porque yo había llevado a mi amiga y como las ventas le bajaron, estaba ardida.”

De este suceso sólo se enteró su hija. “No, qué pena. Le conté a ella porque le tengo confianza y ella sabe como es la movida en el centro. Ella ha sido la única de mis hijos que ha trabajado conmigo. Ella se río al principio. Pero después estaba preocupada de que esa gorda tomara repercusiones. En la calle nadie se creía que yo había encarado a esa gorda. ´Verdad que le pegaste a esa gorda hijue...´” Sin embargo, no hubo repercusiones. La señora Adiela y M siguen trabajando en la misma calle 13 entre crea 3ra y 4ta. Pero la señora Adiela tomó cartas por otro lado.

“Salió un decreto donde se anuncia que espacio público se acaba. Para el 2017 la policía se encargará de “defender” el espacio  público y va a haber barridas. La calle 13 va a quedar limpia. Sólo los que tengan permiso se pueden quedar. Entonces, no sé como Adiela logró conseguir un permiso[4], cuando ella llegó de aparecida en el año 2013 y ahora tiene permiso firmado por la alcaldía. Ese permiso es chimbo. Ella pagó para que le dieran ese permiso. Así son las cosas en la calle. Él que tiene disfruta, y el que no pues chupa dedo. Yo llevo más de trece años en esta calle y cuando he solicitado el permiso, me han dicho que no. ¡NO!”

M empieza un proceso solicitando que le expliquen por qué le dan permiso a esa señora y no a ella. A pesar de todos sus derechos de petición, la respuesta siempre negativa: el permiso de la señora Adiela es legal. “Lo único que yo quiero es que me respeten mis derechos. No sé que vaya a pasar en enero del 2017. Pero dudo mucho que todos volemos. Son muchos los vendedores ambulantes.”

El mes de diciembre es uno de los mejores para la economía informal. M ha salido y afirma que trabajará, aunque sigue pensando en dejar la calle. “No me veo en la casa. Mi esposo trabaja. Mi hijo mayor también. Mi hija está en el proceso del concurso docente y mi hijo menor estudia ingeniería, sólo le falta 4 semestres. Quiero descansar. Pero no me veo en la casa mantequiando[5] todo el día.” Ahora, solo queda esperar lo que ocurrirá en enero de 2017. Los intentos por “tumbar” el “supuesto permiso de trabajo” en la calle, pública, han resultado infructuosos, ni siquiera con la ayuda con la concejala Patricia Molina del partido Polo democrático alternativo, quien le ofreció apoyo total. M está a la expectativa de lo que ocurrirá el próximo año. Por ahora disfruta las ventas de diciembre. “No soy capaz de pagar para que me den un permiso. Sé que ese permiso de Adiela es chimbo, pero bueno, allá la verá con Dios. En estos días la señora que vende mangos, me contó que el novio de Adiela le había robado $500.000. Por ahí empieza a pagar.”




[1]  Padre de su hijo. El apodo viene porque los amigos de él y también de ella, decían que él tenía cara de galán de telenovela “Pura cara de pantalla”.
[2]  Funcionarios que trabajan en la secretaría de Gobierno y son los encargados de “defender el espacio público” al mantener las calles sin vendedores informales. Están autorizados para decomisar mercancía.
[3] Universidad del Valle
[4]  Si bien la calle es un espacio público y nadie tiene derecho sobre él. La alcaldía de Cali ha otorgado permisos para que vendedores (as) laboren en la calle. Estos permisos son entregados de acuerdo a la característica de la calle (sí es posible ubicar a la persona en dicha zona, etc.). Sin embargo, el proceso es dispendioso y son más las negativas que reciben los solicitantes.

[5]  Realizar actividades domésticas, de decir ser ama de casa.

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